Hoy quiero hablaros de un tema que, aunque pueda parecer trivial, es esencial en nuestra profesión: la autenticidad. Sí, has leído bien. No voy a hablar de técnicas pedagógicas avanzadas ni de las últimas tendencias en educación. Quiero centrarme en algo mucho más fundamental, algo que afecta a la esencia misma de lo que hacemos y de quiénes somos.
La diferencia entre ser formador y ser docente es sutil pero crucial. Mientras que un docente se centra en procesos formativos más extensos, un formador suele trabajar en cursos más cortos y específicos. Pero, independientemente de la duración o el formato, hay algo que no debería cambiar: nuestra autenticidad.
Ser genuino no significa ser perfecto. Significa ser real, ser humano. Significa reconocer que, aunque tengamos experiencia y conocimientos, también tenemos inseguridades y dudas. Y eso está bien. Porque, al final del día, ¿no es eso lo que nos hace conectarnos con nuestros alumnos?
A veces, es fácil caer en la trampa de intentar ser lo que creemos que los demás quieren que seamos. Pero, ¿y si en lugar de eso, simplemente fuéramos nosotros mismos? La autenticidad puede ser la clave para establecer relaciones genuinas y productivas en el sector.
Y aquí viene la parte más importante: el éxito. Pero no el éxito que se mide en logros tangibles, sino el éxito que se encuentra en la autenticidad y la pasión por lo que uno hace. Porque, al final del día, lo que realmente importa no es cuántos cursos hayamos impartido o cuántos diplomas tengamos colgados en la pared. Lo que realmente importa es el impacto que hemos tenido en la vida de nuestros alumnos. Y ese impacto solo puede ser genuino si nosotros también lo somos.
Así que os animo a que seáis auténticos, dinámicos y apasionados en vuestro trabajo. A que dejéis de esconderos detrás de máscaras y mostréis al mundo quiénes sois realmente. Porque, al final del día, eso es lo que realmente importa.
¡Hasta la próxima, y recordad ser siempre vosotros mismos!
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Genial y muy cierto Carlos