Compartir aula con otros formadores es, en teoría, un ejercicio de convivencia profesional. En la práctica, puede convertirse en un choque de civilizaciones entre quienes entienden la vida con naturalidad y quienes se toman su trabajo como si fueran el FBI desmantelando una red de cibercrimen.
Os presento a La Guardiana del Aula. Un ser místico de la formación que, cuando llega a su clase por la mañana, analiza cada rincón del ordenador compartido como si estuviera inspeccionando la escena de un crimen. Un icono de más en la barra de tareas y su alma se tambalea. Un Word abierto con algún contenido misterioso (que normalmente es mi propia programación didáctica) y su sentido del deber se dispara.
Y claro, no puede simplemente cerrar la pestaña y seguir con su vida. No, no, no. Guardiana del Aula necesita documentar la infracción, elevar el caso a las altas instancias y redactar un informe detallado que incluiría pruebas fotográficas si no fuera porque eso ya sería delito. Su indignación es de tal magnitud que uno esperaría que hubiera encontrado archivos clasificados del Pentágono en la carpeta de descargas.
Lo gracioso es que ella, día sí, día también, se deja abierto su correo, su Drive, su archivo de facturación anual, su listado de clientes y, si me apuras, hasta la declaración de la renta. Todo ello disponible para que cualquiera pueda hacerle una inspección fiscal exprés. Pero, por supuesto, eso no cuenta. Lo suyo no es un fallo, es una distracción. Lo mío, en cambio, es una amenaza al orden mundial.
Y es que La Guardiana del Aula no es solo una persona; es un concepto, un modo de vida. Habita en cada centro de formación, en cada empresa, en cada institución. Es esa persona que no puede simplemente corregir un problema; necesita escalarlo, dramatizarlo y convertirlo en un evento de proporciones históricas. Si por ella fuera, me inhabilitarían para la docencia por haber dejado abierto un campus virtual.
Pero yo, que soy buena persona, le perdono su cruzada. Al fin y al cabo, todos necesitamos una misión en la vida. Ella ha elegido ser la fiscal, jueza y verdugo del buen uso de los ordenadores compartidos.
Así que brindemos por ellas, por las Guardianas del Aula. Que sigan iluminándonos con su sabiduría cibernética y su doble vara de medir. Yo, mientras tanto, seguiré dejándome un par de pestañas abiertas solo por diversión.
Amén.